El café de la oficina sabe a ceniza esta mañana. Sofía no ha dejado de lanzarme miradas desde que llegué, su sonrisa de gata satisfecha haciéndome apretar los puños bajo el escritorio.
—Así que... —arrastra las palabras mientras se apoya en mi mesa—, ¿cómo está Marcos ?
Andrea, desde su puesto, rueda los ojos tan fuerte que casi puedo escucharlos.
—No sé de qué hablas —respondo, haciendo clic en mi computadora con más fuerza de la necesaria.
—Vamos, Valdez —su risa es como uñas en una pizarra—. Media fiesta te vio con ese chico pegado a ti como lapicero en un imán. ¿Qué tiene? ¿Veinte años? Veintidós?
El calor sube por mi cuello, pero no por vergüenza. Por puro fastidio.
—¿No tienes trabajo que hacer, Sofía? —pregunto sin mirarla —Comienzo a pensar que tienes a algún pasante encargándose de tus cosas para que tengas tiempo de cotorrear..
Su sonrisa se congela por un segundo antes de recuperarse.
—Solo digo que es... interesante. Tú, tan profesional siempre, saliendo con