El aroma a laurel fresco me golpea antes de que pueda sentarme. Sobre mi escritorio, un jarrón de cristal tallado brilla bajo las luces de la oficina, las hojas verdes y brillantes cayendo en cascada sobre los bordes.
—¿Luis el contabilidad las trajo ?—supone Sofía desde su escritorio, sin levantar la vista de su computadora como si fuera obvio
—¿Quien?
—¿No te has dado cuenta cómo te mira en las reuniones de presupuesto?
Mis dedos rozan el papel que envuelve la base del jarrón. Es grueso, de un blanco perlado con un discreto patrón de líneas plateadas. Exactamente como el papel que Jesús usa para los regalos corporativos a los clientes importantes.
—Quizás —respondo, pero mi voz suena distante incluso para mis propios oídos.
Sofía por fin levanta la vista, sus ojos verdes escudriñando mi reacción.
—¿O prefieres pensar que fue alguien más? —pregunta, y el tono meloso no logra esconder el filo de la pregunta.
—A lo mejor es de Alberto —comento para picarla.
Sofía parece extr