El vestido rojo se me pega al cuerpo como una segunda piel cuando bajo al lobby, sus tirantes finos dejando mis hombros al descubierto. El escote no es exagerado, pero suficiente para que me sienta vulnerable y poderosa al mismo tiempo.
Sofía me espera en la recepción, flanqueada por dos hombres de traje. Su sonrisa es demasiado dulce para ser genuina.
—¡Justo a tiempo! —exclama, tomándome del brazo como si fuéramos amigas de toda la vida—Ven, cenaremos juntas.
—Tengo novio —digo automáticamente, intentando liberarme de su agarre.
—No te pedí que lo traicionaras —responde con un guiño —Solo que no querrás cenar sola, ¿verdad? Además —baja la voz—, si no vas, este otro estorbará entre yo y él que me interesa.
Mis ojos se estrechan.
—No somos amigas para hacernos favores. Pensé que estabas tras Jesús esta noche.
Sofía hace un gesto de fastidio.
—Adriana no lo suelta ni para respirar. Hoy no vale la pena.
Algo en su resignación me hace aceptar. Tal vez sea la soledad. O ta