El taconeo de Sofía precede su llegada como un anuncio de malas noticias. Se detiene frente a mi escritorio, los brazos cruzados sobre ese traje rojo que parece diseñado para gritar "Mírenme".
—Qué raro no verte ayer. Y al jefe tampoco —dice, alargando las palabras como si estuviera saboreando una mentira.
La miro directamente a los ojos mientras me ajusto las gafas.
—Asuntos de negocios —respondo con una sonrisa que no llega a mis ojos pero que sé que la quemará más que cualquier insulto.
Su sonrisa se congela. Quiere replicar, preguntar más, pero Andrea aparece como un ángel vengador con dos tazas de café.
—Para ti —le dice a Sofía, entregándole una taza marcada con una "S" cursiva—. Con extra de azúcar, como te gusta.
El gesto es tan obviamente falso que casi me atraganto con mi propio café. Sofía se aleja con la nariz en alto, pero no sin antes lanzarme una última mirada que promete guerra.
Andrea se inclina hacia mí apenas se va.
—Por cierto —susurra—, el jefe se