Victoria regresó con el botiquín entre las manos, sus pasos firmes y su rostro endurecido por la preocupación. Se sentó frente a él, en el borde del sillón, y sin decir palabra tomó una gasa y la empapó con un poco de alcohol.
—Aguanta. Esto va a arder —advirtió con esa voz templada que usaba cuando quería que nadie viera cuánto le dolía.
Marcos ni se inmutó. Solo alzó la mirada, vacía, rota. El corte en la ceja sangraba poco, pero su mirada... esa mirada sí que supuraba todo lo que tenía contenido.
Victoria limpió con cuidado, y aunque tenía la expresión dura, sus manos eran casi maternales.
—¿Quieres decirme qué fue lo que pasó? —preguntó, sin apartar los ojos de la herida.
Marcos soltó una risa hueca. No había humor. Había rabia, decepción… y una mezcla indescifrable que ni él mismo entendía.
—Nada, tía… Solo que el whisky y la realidad no hacen buena combinación.
Victoria frunció el ceño, sabiendo que detrás de esas palabras ligeras se escondía una tormenta.
—No eres de los que be