—No creo que eso importe —replicó Isabella con una sonrisa tensa, bajando la mirada—. Solo estaba por irme a casa. Buenas noches.
—¿Te dejaron plantada? —soltó él, directo, sin pensarlo mucho.
Isabella apretó los labios. Su pecho subía y bajaba con lentitud. Le dolía admitirlo, pero se limitó a encogerse de hombros.
—Quizás.
—A mí también —confesó él, con voz grave—. Y... ¿ya cenaste?
—No tenía mucha hambre.
—Entonces, ¿me aceptarías una invitación?
Isabella lo miró sorprendida. Su primera reacción fue negarse. Había tenido suficiente tensión emocional por una noche. Pero cuando lo vio allí, parado, con las manos en los bolsillos, esperándola sin arrogancia, sin exigencias… algo se ablandó dentro de ella.
—No creo que sea buena idea.
—Solo es comida. Nada más —dijo Marcos, elevando las manos con un gesto de rendición—. Si al terminar la cena sigues creyendo que fue un error, prometo no insistir de nuevo.
Ella dudó. Pero lo cierto era que se sentía ridícula volviendo a casa sin haber p