El desayuno transcurría en completo silencio en la mansión D’Alessio. La vajilla de porcelana brillaba bajo la tenue luz del sol que entraba por los ventanales, pero la tensión en el ambiente era palpable. Marcos apenas probaba el café, y Victoria, sentada al otro lado de la mesa, lo observaba con atención desde hacía varios minutos.
Finalmente, dejó la taza sobre el platillo con un leve ‘clink’ y respiró hondo.
—Hoy vas a ver a tu esposa.
Marcos no levantó la vista.
—No.
—Sí —dijo ella con más firmeza, cruzando los brazos sobre la mesa—. Es lo que te toca. Te guste o no.
—Victoria —replicó él, tenso—. Ya hemos hablado de esto. No quiero seguir jugando a este matrimonio fantasma.
—No es un juego —espetó ella con los ojos encendidos—. Es tu vida. Es tu apellido. Es el legado de tu padre.
Él apretó la mandíbula, la taza a medio camino de su boca.
—¿Y si no quiero ese legado?
Victoria se levantó de la silla con lentitud, pero su porte era imponente.
—Entonces lo devolverás todo. El apell