La sala de espera del hospital parecía un espacio detenido en el tiempo. Marcos, Isabella y Leo habían pasado allí horas, sentados en silencio, apenas intercambiando palabras. Cada tanto, Marcos miraba su reloj, incapaz de dejar de pensar en Fernando y en lo frágil que se veía. Isabella, aunque intentaba mantener la calma, no podía evitar que su corazón latiera con fuerza cada vez que recordaba la noche anterior y cómo Fernando había llegado a su puerta, ebrio y desbordado de emociones que él mismo no podía controlar. Y Leo… Leo parecía un pequeño vigilante silencioso, con los ojos grandes y brillantes, mostrando más miedo que cualquier adulto que pudiera estar en la habitación.
Habían pasado varias horas desde que el médico les había asegurado que Fernando estaba estable, pero aún no había señales de plena conciencia. Cada pitido del monitor parecía un recordatorio de la tensión que los mantenía en vilo. El silencio de la sala era casi insoportable; solo roto por los susurros de la e