Marcos se levantó de la silla y subió a su habitación. Cuando entro se quedó mirando su reflejo en el espejo de su cuarto, sintiendo un peso extraño en el pecho. No era miedo, pero sí una mezcla de inquietud, respeto y una especie de presión silenciosa que lo acompañaba desde la noche anterior. Hoy iba a pisar la empresa de Fernando, un lugar al que jamás imaginó entrar.
Respiró hondo, se sentó al borde de la cama y se frotó el rostro para despejarse. Trató de tranquilizarse, pero su mente iba más rápido que su respiración.
—Tranquilo, Marcos… —murmuró para sí mismo, como si sus propias palabras pudieran calmar el martilleo de su corazón.
Se levantó y comenzó a alistarse con meticulosidad. Se bañó, se peinó con más cuidado de lo normal y eligió una camisa que no usaba desde hacía meses, la que solía guardar para ocasiones importantes.
Cuando terminó de arreglarse, se miró en el espejo por un largo momento. No sabía si lo que veía le gustaba o no. Notó sus ojos cansados, pero también