Cuando terminó la jornada laboral, Isabella apagó su computador lentamente. El reflejo tenue del atardecer se filtraba por los ventanales de la oficina, tiñendo todo de un tono dorado y melancólico. Aquel día había sido interminable, no por las tareas ni por las juntas, sino por el peso que llevaba en el pecho. Marcos le había pedido que esa noche lo acompañara a cenar con su tía, y aunque trató de parecer serena, por dentro la ansiedad la devoraba.
Caminó hacia el estacionamiento con paso ligero, mientras su mente no dejaba de preguntarse si estaba lista. Por primera vez en mucho tiempo, algo importante estaba a punto de sucederle. No era una reunión más, ni una cena casual. Era el primer paso para dejar atrás el secreto y abrir su corazón sin miedo.
Al llegar al centro comercial, respiró profundo. Las luces cálidas, el murmullo de la gente y los escaparates llenos de vestidos la hicieron sentir extrañamente viva. Se detuvo frente a una tienda elegante, de esas donde cada prenda pare