Marcos llegó a su mansión tras el largo viaje desde Italia, con la mente aún cargada de reuniones y papeles de los inversionistas. Pero al abrir la puerta, lo primero que percibió no fue el silencio de la casa ni la calma habitual: fue la mirada de Camilo, su mejor amigo, que lo esperaba en el vestíbulo con los brazos cruzados.
—¿Qué tal, amigo? —dijo Marcos, intentando un saludo ligero, aunque sabía que no habría bromas en ese momento—. Disculpa por haberte dejado solo tantos días.
Camilo no respondió de inmediato. Sus ojos no se suavizaron y su postura rígida dejaba claro que había sentido algo, aunque no era un enojo hacia Marcos directamente. Lo que lo mantenía tenso era la situación con Isabella. Desde que la había visto partir con Fernando en el aeropuerto, un extraño fuego se había encendido en su pecho: celos, preocupación y un sentimiento de posesión que no esperaba sentir.
—Marcos —dijo Camilo finalmente, con voz firme y serena, midiendo cada palabra—. Sé que algo pasó mient