El auto avanzaba lentamente por la avenida que conducía a la mansión de Isabella. Las luces de la calle se reflejaban en el cristal del parabrisas, creando un efecto que parecía bailar con cada movimiento del vehículo. Isabella estaba en silencio, mirando el paisaje que pasaba, aún con el corazón acelerado por todo lo que habían vivido durante el viaje. Fernando, a su lado, conducía con calma, consciente de que ella necesitaba su espacio para procesar lo sucedido.
—Hemos llegado —dijo Fernando finalmente, deteniendo el auto frente a la entrada de la mansión—.
Isabella asintió, girando hacia él con una leve sonrisa. Su mano descansaba sobre el asiento, y por un instante sus ojos se encontraron, cargados de emociones que ninguno de los dos quería nombrar en voz alta.
—Gracias por traerme —susurró, con un hilo de voz—. Y… gracias por todo hoy.
Fernando bajó la mirada un momento, sonriendo con suavidad. —No tienes que agradecerme nada. Solo quería asegurarme de que llegases bien.
Isabella