Las turbulencias continuaban, aunque con menor intensidad, pero Isabella todavía sentía cómo su estómago se revolvía ante cada sacudida inesperada. Se abrazó un poco a sí misma, tratando de calmar el miedo que le había subido al pecho, pero la mano de Marcos seguía firme entre las suyas. No la soltaba, y por un instante, Isabella sintió cómo su corazón latía descontrolado, una mezcla de temor y algo más profundo que no quería reconocer.
—Isabella… respira —dijo Marcos suavemente, acercándose un poco más sin invadir demasiado su espacio—. Cada vez que sientas miedo, solo mira mis manos. Estamos juntos en esto.
Ella trató de soltar su agarre, pero no pudo. Sus dedos se entrelazaron con los de él casi sin pensar, y un calor inesperado subió por sus mejillas. No era solo la turbulencia del avión, sino la cercanía, la seguridad que Marcos le ofrecía y que, de algún modo, comenzaba a derretir la coraza que había levantado en los últimos días.
—No puedo… no sé si podré —murmuró Isabella, su