Isabella se dejó caer en la silla de su oficina, aún con el corazón acelerado por la fuerte discusión con Marcos. El simple hecho de pensar en su mirada insistente, en esa forma de exigir respuestas, la había dejado tensa, como si hubiese estado en medio de una tormenta.
Apenas se acomodó, la puerta se abrió suavemente y apareció Charlotte, con su libreta en mano, pero sobre todo con esa sonrisa cálida que siempre le arrancaba un respiro.
—Te vi salir de la oficina del señor D’Alessio —comentó Charlotte cerrando la puerta tras de sí—. Y no te voy a mentir, Isa, traes esa cara de “acabo de pelear con un huracán”. ¿Qué pasó?
Isabella se llevó las manos a la frente, intentando disimular, aunque sabía que con Charlotte no podía ocultar demasiado. Su amiga tenía ese don de leerla como un libro abierto.
—No es nada, Char —murmuró con un suspiro—. Solo… cosas de trabajo.
Charlotte arqueó una ceja y se dejó caer en la silla frente a ella, cruzando los brazos.
—¿Cosas de trabajo? Isabella, tú