El sol del mediodía apenas lograba filtrarse por los ventanales de cristal oscuro de la oficina de Marcos D’Alessio. El bullicio de la ciudad quedaba apagado detrás de esas paredes, pero dentro, el silencio era pesado, interrumpido solo por el golpeteo de sus dedos contra el teclado y el crujir de las hojas que llevaba horas revisando.
Un cúmulo de carpetas estaba apilado en su escritorio: balances, contratos, proyecciones. Todo lo que había pospuesto en las últimas semanas, atrapado en su doble vida, en su obsesión con Isabella, y en la presión constante de Victoria. Ahora, todo se le venía encima como un muro imposible de escalar.
El problema más urgente estaba en un documento financiero que llevaba horas analizando. Un error de cifras que no lograba encontrar. El balance no cuadraba, por más que volviera atrás y revisara línea por línea.
—No puede ser… —masculló, golpeando con el lápiz la mesa.
Había hecho tres veces la misma operación. Había revisado las sumas, restas y porcentaje