La semana inició con una inusual energía en la empresa D'Alessio. Desde muy temprano, el sonido de los tacones apresurados y las voces urgidas se entrelazaban con el repiqueteo de los teclados, los teléfonos sonando sin cesar y las constantes reuniones que parecían no dar tregua. Todo el mundo corría de un lado a otro con carpetas, tablets, cafés a medio terminar y rostros tensos por los proyectos que estaban a punto de ser entregados.
En medio del caos, Isabella caminaba con paso seguro por el pasillo central del piso ejecutivo. Su vestimenta, como de costumbre, impecable y sutilmente provocadora: un conjunto en tonos beige y vino que resaltaba su elegancia natural y ese aire inalcanzable que parecía flotar a su alrededor. Su cabello caía en ondas suaves sobre sus hombros y su aroma a gardenia dejaba una estela breve pero persistente a su paso.
Marcos la vio desde la puerta de su oficina entreabierta. No dijo nada al principio. Solo la siguió con la mirada, fijándose en cada movimien