La ciudad se preparaba para una de las noches más comentadas del mes: la subasta de arte y joyas privadas organizada por la Fundación DeLuca, un evento exclusivo, elegante, donde los asistentes no solo vestían sus mejores galas, sino que se cubrían el rostro con misteriosas máscaras.
Isabella cerró el libro que tenía en las manos. Aunque había intentado concentrarse, su mente divagaba una y otra vez hacia el dilema que la tenía atrapada desde la llamada de Victoria. Su pecho se contraía con ansiedad. Le había dicho a Marcos que asistiría con él, y ahora, por esa insistencia disfrazada de cortesía, debía ir también como su esposa oficial. El corazón le latía con fuerza solo de pensarlo.
Caminó de un lado al otro del apartamento. Tenía una sola opción si quería mantener su identidad oculta: enviar a alguien en su lugar. Alguien que usara su anillo, su perfume, su vestido. Que no hablara, que caminara con elegancia, que supiera moverse como ella. Una impostora perfecta.
—¿Cómo se cancela