En ese instante, se escuchó el suave golpeteo de unas zapatillas sobre el mármol. Ambas mujeres se giraron. Desde el extremo del pasillo, apareció Sofía, la hermana menor de Isabella. A sus casi ocho años, se movía como una pequeña dama: el cabello peinado en una coleta baja con una cinta lila, su vestido de encaje blanco, y una tablet bajo el brazo.
—¡Tía Victoria! —exclamó con una sonrisa radiante, corriendo hacia ella.
Victoria se puso de pie de inmediato y abrió los brazos para recibirla. Sofía se lanzó a su pecho con la confianza que solo un vínculo profundo podía permitir. La abrazó con fuerza y luego, como si recordara el protocolo, retrocedió un paso y dijo con total naturalidad:
—Perdón, olvidé saludar con modales. Buenos días, tía Victoria.
—Buenos días, mi pequeña princesa. Siempre tan correcta… —le acarició la mejilla—. ¿Terminaste tus clases?
—Sí. Hoy hice aritmética avanzada y una lectura sobre filosofía para niños. —Se acomodó en el sofá junto a su hermana—. Pero escuch