El domingo había llegado como una brisa suave después de una semana intensa. Isabella abrió las cortinas de su habitación y dejó que la luz del sol acariciara su rostro. Amaba los domingos. No había juntas, no había correos urgentes ni horarios apretados. Ese día era para ella… o al menos eso esperaba.
Mientras tomaba su café en la terraza de su departamento, Sofía salió de su habitación con una sonrisa traviesa dibujada en los labios y una camiseta ancha que claramente no le pertenecía. Se dejó caer en el sillón junto a su hermana mayor, tomándose el atrevimiento de robarle un sorbo de café.
—¿Vas a salir hoy? —preguntó Isabella, sin apartar la vista del horizonte.
—Pensaba en ir por un helado con Leo. ¿Puedo?
Isabella asintió con naturalidad, hasta que Sofía agregó algo que le hizo girar lentamente el rostro.
—Pero igual pensaba que vinieras con nosotros… por si te animas. El sitio es bastante ligero, muy familiar. Nadie te reconocerá. No queremos arriesgarte.
—Mmm… suena bien —dijo