El restaurante elegido por Marcos estaba en una colina elegante, donde la vista panorámica de la ciudad competía con el resplandor de las luces tenues que bordeaban el camino. Era el tipo de lugar al que no se iba con ropa de oficina ni mucho menos con prisa. Sin embargo, Isabella había salido de la casa con una blusa sobria, pantalón de vestir y su cabello recogido con una coleta baja. Apariencias. Solo eso. Lo que realmente importaba iba doblado, bien guardado, al fondo de su bolso negro.
Cuando Marcos la vio acercarse al auto, estacionado con cuidado frente a su edificio, sonrió con una ceja arqueada y se apoyó sobre el volante, observándola como si estuviera frente a una escena confusa.
—¿Esa es tu ropa para una cena de amantes? —preguntó en cuanto ella se sentó a su lado, con esa mezcla de burla y encanto que solo él sabía equilibrar.
Isabella fingió indignación, sin poder evitar una leve risa.
—¿Qué esperabas? No podía salir vestida como si me fuera a escapar de fiesta. Victoria