El reloj marcaba las seis y media de la tarde, y los rayos del sol comenzaban a filtrarse de forma cálida por los ventanales de la enorme sala. El ambiente se había tornado tranquilo, casi familiar. Victoria se había recostado ligeramente en el sofá, con una taza de té en la mano, observando cómo Sofía hojeaba un libro de ciencia con ilustraciones y animaciones interactivas en su tablet. Isabella se encontraba sentada en un sofá cercano, con las piernas cruzadas y una leve sonrisa en el rostro, como si por primera vez en mucho tiempo todo estuviera, de alguna forma, en calma.
—¿Tía Victoria? —preguntó Sofía de pronto, levantando la mirada con un brillo curioso en los ojos—. ¿Por qué no se queda esta noche con nosotras?
Victoria alzó la vista, un tanto sorprendida por la espontaneidad de la pequeña.
—¿Quedarme? —repitió, dejando su taza sobre la mesa de centro—. Pero no quiero incomodar, cariño. Ustedes ya tienen su rutina, y no quiero interrumpirla.
Sofía se acercó con pasos seguros y