NAHIA
Abro los ojos en un silencio espeso.
El tipo de silencio que se adhiere a la piel. Que resuena en la caja torácica como un grito que no se ha osado emitir. Todo es borroso, indistinto. La luz es pálida, lívida, ajena. El alba sin calor de una mañana que no promete nada, salvo el inevitable regreso a mí misma.Estoy tumbada, siempre desnuda y húmeda.
Su piel contra la mía. Su mano, apoyada en mi cadera, pesada, ardiente, posesiva incluso en el sueño. Su aliento, regular, pacífico, roza mi nuca a intervalos precisos, como un cruel recordatorio de lo que ha sucedido. De lo que he permitido.Y sin embargo, todo grita dentro de mí.
Mi piel, mis músculos, mi aliento. Todo me suplica que me vaya. Ahora. De inmediato. Antes de que abra los ojos. Antes de que me ate de nuevo, no con cadenas. Con su mirada.Me desapego, centímetro a centímetro.
Su brazo resbala, cae contra el colchón en un suspiro de tela arrugada. No se despierta, no aún, afortunadamente para mí.Me siento al borde de la cama.
Mis manos tiemblan. Mi garganta está seca. Aún siento sus dedos entre mis muslos. Su voz contra mi oído. Su rabia dulce y penetrante. Cierro los ojos un segundo. Solo uno y es un error: todo regresa de golpe. Los gemidos sofocados, el choque de nuestros cuerpos, el olor de su piel, el sabor del vértigo.Vuelvo a abrir los ojos, debo irme.
Extiendo la mano hacia mi vestido, arrugado en una bola, allí, sobre la alfombra.
La tela está fría. Aún lleva la mordida de sus gestos. Me lo pongo sin pensar, sin mirar. No tengo tiempo para vestirme con dignidad. No tengo derecho a exigir más que el silencio.Mis prendas interiores están allí, al pie de la cama.
Las agarro a tientas, sin atreverme a inclinarme demasiado. Él sigue durmiendo. Pero su torso se eleva demasiado despacio. Sus párpados han parpadeado, o quizás sea mi imaginación.Me inclino, me agacho, recojo mis tacones con la punta de los dedos.
Sin ducha. Sin una palabra. Sin un susurro más. Si me retraso… se despertará. Y entonces estaré atrapada.Me levanto, descalza, fiera frágil en la arena de la mañana.
Rodeo la cama. Cada paso me parece más pesado. Cada latido de mi corazón es un tiro en el silencio.El parquet cruje bajo mi peso.
Aprieto los dientes. Me maldigo por no haber anticipado este detalle. Pero sigo adelante. Paso por la puerta del dormitorio. La cierro lentamente, lentamente, hasta que el pestillo apenas chasquea. Casi nada. Pero en mi cabeza, es un trueno.Estoy en el pasillo.
Aún está oscuro, las paredes son grises, ajenas. Su mundo. No el mío. Camino de puntillas, mis zapatos en una mano, mi teléfono en la otra. Bajo las escaleras, sin detenerme. Un escalón. Luego otro. Luego otro más. Cada escalón me acerca a la salida. Pero no a la liberación.Abajo, el vestíbulo está desierto.
Mi bolsa está allí, apoyada cerca del mueble. La tomo, suavemente. La acerco a mí como un talismán absurdo.Extiendo la mano hacia el pomo de la puerta de entrada.
Un segundo de duda. Solo uno. Y en ese segundo… escucho. Un suspiro. Un movimiento. Una tabla del suelo, en algún lugar del piso de arriba, que gime bajo un peso.Quizás esté despierto.
Mi corazón se detiene.
Desbloqueo la puerta. Abro. El frío me muerde los tobillos, me recuerda que estoy aquí, bien real, viva, aún libre.Cruzo el umbral.
La cierro sin mirar atrás. Y me lanzo.La acera está helada.
Mis pies descalzos aplastan el cemento rugoso. El mundo está vacío. El cielo es color de ceniza. Ningún ruido. Ningún testigo. Solo yo. Y esta huida absurda.No sé a dónde voy.
No sé por qué corro. Solo sé que no puedo quedarme.No porque lo haya traicionado.
Sino porque me he traicionado a mí misma. Porque he visto lo que me estoy convirtiendo, en sus brazos: Un cuerpo que cede. Un alma que arde. Una mujer que abandona sus límites uno a uno.Y él…
No me retendría, no. Me observaría ir. Con esa calma terrible. Con esa mirada oscura que dice: Te encontraré. Cuando yo lo decida.Entonces corro.
Hacia otro lugar. Hacia un poco de aire. Hacia una mentira tranquilizadora: la de que aún puedo olvidarlo.Pero en el fondo, lo sé.
Ya no soy libre. Estoy marcada. Desde adentro. Por su presencia. Por esta noche.Y no es a él a quien huyo.
Es a lo que él hace de mí.