Nora
La habitación es inmensa.
Casi vacía.
Un silencio controlado, pesado, denso como una capa de niebla interior.
Nada superfluo.
Una larga mesa negra, rectangular, en el centro.
Un vaso de agua.
Una silla.
Y él.
Hugo Vanel.
Él está ahí, ya sentado, chaqueta impecable, espalda recta, manos unidas sobre la mesa, como si siempre hubiera estado ahí.
Como si me estuviera esperando desde hace años, y no desde hace unos minutos.
No dice nada cuando entro.
Ni una sonrisa.
Ni un gesto.
Solo sus ojos sobre mí.
Y esa mirada… fría, profunda, metódica.
Como un escáner de muy alta precisión. ¡Es tan guapo!
Sostengo.
Forzo mis tacones a avanzar.
Un latido, dos y luego tres.
Me acerco.
Y me siento.
Nada chirría.
El cuero es demasiado caro, la habitación demasiado absorbente.
Todo está hecho para que nada sobresalga.
Excepto tal vez el corazón que late en mi pecho.
— Mademoiselle Delmas, dice al fin.
Su voz es pausada, grave.
Entra en mí como una hoja tibia.
Resuena.
No respond