NoraLa habitación está sumida en una penumbra casi total. Solo un hilo de luz pálida se desliza por las persianas entreabiertas, dibujando sobre las sábanas arrugadas arabescos de sombra y luz, como dedos que se estiran lentamente, suavemente, sobre mi piel desnuda.Estoy allí, acostada de espaldas, la respiración lenta, pero el cuerpo en ebullición. Mi corazón tamborilea aún los ecos de esa cita, pero es otro calor, más secreto, más visceral, el que abrasa mi vientre. Un fuego que ninguna palabra puede apagar.Las palabras de Hugo giran en bucle, pero no son sus frases las que me obsesionan: son sus silencios, sus miradas fugaces, esas pausas cargadas de insinuaciones. Esa calma extraña que no era un rechazo, sino una invitación silenciosa. Como si, sin decirlo, me autorizara a avanzar.Revivo la escena en detalles. Su escritorio bañado en luz suave, el olor sutil de libros viejos mezclado con el de su perfume, más delicado. Lo vi sentarse, sentí sus ojos deslizarse sobre mí, detall
Leer más