Decidimos regresar pronto a la ciudad.
El viaje de regreso fue silencioso. El sol aún quemaba, el aire olía a sal, pero dentro del carro… todo estaba frío. Mathias mantenía la vista fija en la carretera, serio, tenso, como si masticara cada palabra que no se atrevía a decir.
Yo iba mirando por la ventana. El viento alborotaba mi cabello y, por primera vez en días, no lloraba. Estaba vacía. Ni rabia, ni tristeza. Solo ese hueco enorme que deja alguien cuando se lleva todas tus certezas consigo.
—Voy a intentar resolver todo esto —dijo finalmente Mathias, rompiendo el silencio—. Voy a hablar con mi madre. Con los medios. Con quien sea. Esto no debió pasar así.
Volteé a mirarlo. Su gesto era sincero. Pero ya no quería cargarle culpas a nadie.
—No te preocupes —respondí, apenas con voz—. Sé que no fue culpa tuya. Lo manejaste como pudiste… y no mereces estar en medio de todo esto.
Asintió en silencio. Cuando llegamos a mi casa, abrió la puerta del carro y me ayudó a bajar. Nuestros ojos s