Volver a la oficina se sentía como meterme al fuego con los ojos vendados.
Después de todo lo que había pasado, después de las fotos, las noticias, los silencios, y el desastre emocional que llevaba por dentro, estar de nuevo aquí era una prueba de fuego. Respiré hondo antes de cruzar esas puertas de cristal que antes me hacían sentir poderosa, y que ahora solo me recordaban cuánto había perdido.
Todos me miraban. Algunos con curiosidad. Otros con lástima. Y otros con ese asco disfrazado de respeto que tanto detestaba.
Fabián no estaba en su oficina.
Caminé directo a mi escritorio y me puse a revisar correos, intentando hacer que todo se sintiera normal. Pero nada lo era. Ni siquiera yo.
Apenas habían pasado veinte minutos cuando escuché el taconeo firme y lento. Ese que venía siempre con su aroma empalagoso y su aire de superioridad. Verónica apareció en el pasillo, más embarazada que nunca, con el vientre tan pronunciado que era imposible no notarlo. Llevaba un vestido entallado col