Apenas escuché su voz afuera de mi casa, supe que no podía seguir escondiéndome. El pecho me latía con rabia. Con asco. Con esa mezcla maldita de dolor y amor que solo él sabía provocar.
Abrí la puerta de golpe. Él estaba ahí, respirando agitado, con los ojos clavados en los míos, con esa cara de *"vine a arreglarlo todo"*. Pero yo no quería que lo arreglara. Yo quería romperlo. Como él me rompió a mí.
No dije nada. Caminé directo al sofá, tomé el celular y regresé. Se lo lancé al pecho con tanta fuerza que rebotó en su chaqueta y cayó al suelo.
—¡Míralo! ¡MIRA TODA ESA PUTA MIERDA! —grité con la garganta rota, temblando—. ¿Eso era lo que me querías ocultar? ¿Que te revolcaste con Verónica? ¿Que te metiste con ella mientras me decías que me amabas? ¿Que le pediste matrimonio delante de todo el maldito mundo?
Fabián se quedó inmóvil. Agachó la mirada, recogió el celular y empezó a ver las imágenes. Las fotos. El video.
No dijo nada al principio. Solo su respiración cambió. Se volvió má