La casa de mis padres olía a guiso y a pan recién horneado. Era como si el tiempo se hubiera detenido desde la última vez que estuve allí. Mi mamá me abrazó con la misma fuerza de siempre y mi papá, con ese aire formal que solo se ablanda cuando estamos solos, me besó la frente con cariño.
—Te ves agotada, hija. Pero más linda que nunca —dijo mi madre mientras me guiaba hacia el comedor. Yo sonreí. Mentí con la sonrisa. Por dentro, todavía llevaba la tensión de ese viaje con Fabián, de su silencio helado, de su mirada que me atravesaba como si yo no existiera o existiera demasiado. —¿Y el señor Ariztizábal no quiso acompañarnos? —preguntó mi papá mientras servía vino. Tragué saliva antes de responder. - ¿Como así lo invitaste ? - pregunte un poco asustada Mi padre asintió como si no fuera nada —Está en el hotel, trabajando —dije sin dar más detalles. La cena transcurrió entre recuerdos, anécdotas de cuando vivía allí, bromas de mi madre sobre mis primeros amores del colegio y las travesuras que hacía con mis primas. Yo reía, fingiendo que todo estaba bien, deseando que la calma durara. Hasta que sonó el timbre. Mi papá se levantó. Pensamos que era alguno de los vecinos o un amigo de la familia, pero cuando abrió la puerta... la voz que se escuchó fue la que menos esperaba. —Buenas noches, señor Gutiérrez. Espero no estar interrumpiendo. Fabián. Parado en la entrada como si no fuera un completo extraño. Traía un vino caro en la mano y una expresión educada que solo yo sabía que era puro teatro. —Qué sorpresa —dijo mi papá, desconcertado pero cortés—. Pasa, muchacho. Justo hablábamos de ti. Mi madre lo recibió con una sonrisa amable, pero yo me congelé. —¿Cómo supiste dónde vivo? —le pregunté apenas lo vi entrar. —¿De verdad crees que no podría averiguarlo? —dijo en voz baja, sin mirarme del todo. —Pensé que estabas en el hotel —espeté. —Y lo estaba —respondió con una sonrisa tibia—. Pero consideré importante venir. No quería parecer descortés con tu familia. Mentiroso. Se sentó junto a mi papá y empezó a hablar como si fuera parte de la familia. Les contó que el lunes sería una reunión importante, que esperaba lograr una alianza histórica entre ambas empresas, que valoraba muchísimo mi trabajo y que yo era una pieza clave en el proceso. Yo estaba muda. La comida se me atragantaba. ¿Era este su nuevo juego? ¿Jugar al hombre perfecto frente a mis padres mientras me ignoraba, me hería y me destrozaba cuando estábamos solos? —Ana ha sido un gran apoyo —decía con voz suave—. Tiene un talento natural para los negocios. Mi madre me miró con ojos brillantes de orgullo. Mi papá también sonrió. —Siempre supe que mi hija haría cosas grandes —dijo. Y entonces ocurrió lo inesperado. —Ustedes dos se ven muy cercanos ¿Están juntos ustedes dos? —preguntó mi madre con inocencia. El silencio fue un cuchillo. Yo abrí la boca para hablar, pero Fabián se adelantó. —Fuimos algo, señora —dijo, mirándola con esa calma que usaba para disfrazar su veneno—. Pero creo que lo confundimos todo con lo profesional. Lo mejor fue separarlo. Mi madre me miró desconcertada. Yo sentí que la sangre me abandonaba el rostro. —Perdón, no quería incomodar —dijo mi madre rápidamente—. Solo pensé que... —No te preocupes, mamá —le corté con una sonrisa tensa—. Es pasado. Todo está claro. Fabián me miró entonces. Solo a mí. Y supe que lo había hecho a propósito. Que vino solo para eso. Para clavar su daga frente a quienes más me quieren. Para demostrarme que podía tener el control incluso en mi terreno. Terminé la cena en silencio, sin probar nada más. Y cuando él se despidió con una sonrisa amable y un "nos vemos el lunes", supe que el juego seguía. Y que yo tenía que prepararme, no solo para sobrevivir… sino para ganar.