El ambiente en la oficina era espeso. Las miradas, los susurros, incluso el sonido del teclado sonaban diferentes. Como si todos presintieran que algo estaba a punto de explotar.
A las tres de la tarde, nos convocaron a una reunión de seguimiento sobre la alianza con la empresa Gutiérrez. Una sala con paredes de vidrio, demasiado iluminada para ocultar la incomodidad. Ya había varios directivos sentados cuando llegué. Abrí mi portátil, evité cualquier contacto visual y me sumergí en los documentos. Y entonces entró él. Fabián. Impecable. Frío. Con ese aire de poder que sabía usar como un arma. —Buenas tardes —dijo sin una sola inflexión de emoción. Se sentó justo frente a mí, y aunque no me miró directamente, cada palabra suya parecía dirigida solo a mí. —Iniciemos. Ana, necesito que tomes nota de los puntos clave. Tú vas a liderar la parte operativa del proyecto con los Gutiérrez. Lo dijo con una normalidad escalofriante. Como si no estuviera amarrándome a su mundo otra vez, como si no supiera lo que eso significaba. —¿Yo? —dije sin alzar la voz, pero lo suficientemente clara para que todos escucharan. —¿Hay algún problema? —me respondió sin pestañear, con una sonrisa tan cínica que me dieron ganas de levantarme y salir de ahí—. Eres la persona más capacitada. Y, además, eres la hija del otro socio. Qué conveniente, ¿no? Un murmullo incómodo recorrió la mesa. Yo asentí apenas, tragándome las ganas de explotar. El ego de Fabián se sentía como una presión en el pecho. La reunión continuó entre presentaciones, balances y estrategias, pero todo lo que decía, todo lo que proponía, venía cargado de dobles intenciones. Sabía cómo humillar sin insultar. Cómo controlarme sin siquiera mirarme. Hasta que uno de los ejecutivos mencionó que quizás debía dividirse el liderazgo con alguien más del equipo. —No —interrumpió Fabián de inmediato—. La responsabilidad será únicamente de Ana. Confío plenamente en que sabrá asumirla… y responder por los resultados. Las miradas se clavaron en mí. Tuve que fingir que no me temblaban las manos mientras escribía. Cuando la reunión terminó, algunos se quedaron charlando entre ellos. Yo me apresuré a guardar mis cosas. Pero, por supuesto, él no iba a dejarme salir tan fácil. —Ana, quédate un momento —dijo Fabián, aún con ese tono autoritario que tanto detestaba. Me giré, obligándome a mantener la calma. —¿Qué quieres ahora? —Solo aclarar que no espero errores de tu parte —dijo acercándose con lentitud—. Esta es tu oportunidad de demostrar que puedes estar aquí por algo más que por lo que pasó entre nosotros. —¿A qué estás jugando, Fabián? ¿A torturarme desde la formalidad?? Su mirada se endureció, pero mantuvo la voz baja. —No te confundas, Ana. Esto no es venganza… es estructura. Aquí no hay lugar para sentimentalismos. —Entonces deja de usarme como castigo. Porque yo sí estoy aquí para trabajar, no para satisfacer tus caprichos enfermos. —¿Y eso es lo que crees que eras para mí? ¿Un capricho? —preguntó en un susurro casi cruel, con una sonrisa ladeada—. Tal vez tú misma no tenías tan claro tu lugar. Lo miré con una mezcla de rabia, dolor y dignidad. —Tengo claro que ya no voy a ocupar ninguno. Y sin esperar respuesta, salí de la sala. Sabía que sus ojos seguían clavados en mí. Pero por primera vez en mucho tiempo… no bajé la mirada..