El resto del día transcurrió entre el vacío y el silencio. La pelea todavía resonaba en mi cabeza como un eco imposible de callar. Sentía los ojos hinchados de tanto llorar, pero no quería permitirme ni una lágrima más por Fabián. No valía la pena. No después de todo lo que había dicho… de cómo me había tratado, como si yo fuera una carga, una mentira, un error.
Pasé la mañana limpiando mecánicamente, recogiendo pedazos rotos de lo que alguna vez fue mi refugio… nuestra burbuja. Fui a hacer mercado con lo poco que me quedaba, cociné algo simple solo para no sentir el estómago vacío, pero no logré comer. Y todo el tiempo estuve esperando una señal. Un mensaje. Algo.
Nada.
El reloj avanzó y con él, la ansiedad. ¿Dónde estaba? ¿Con quién? ¿Qué tan rápido podía olvidarse de todo lo que vivimos esta mañana?
Y justo cuando ya había oscurecido, cuando estaba a punto de darme una ducha para intentar dormir aunque fuera un rato… escuché la puerta.
El corazón me dio un vuelco. Bajé con el alma