Capítulo 37

Dormí mal. O mejor dicho: no dormí. Mis ojos arden, mi cuerpo duele y mi alma está hecha polvo. Me quedé abrazada a la almohada como si fuera lo único que me sostuviera. Afuera, el silencio. Adentro, un caos.

Me levanté tarde. La casa estaba en silencio, como si el eco de anoche también se hubiera dormido. Caminé hasta la cocina y, para mi sorpresa, allí estaba él.

Fabián.

Sentado en la barra con una taza de café que claramente no se había tomado. Tenía el rostro hinchado, ojeras marcadas, el cabello revuelto y la misma ropa del día anterior.

—Buenos días —dijo con voz ronca.

Lo ignoré. Abrí la nevera, busqué algo de leche y la serví como si no estuviera ahí. Sentí su mirada fija en mí todo el tiempo. Como si buscara una señal para hablar. Como si no supiera por dónde empezar.

—Ana… lo de anoche… —comenzó.

—No empieces —interrumpí sin mirarlo—. No tengo fuerzas.

—Sé que la cagué.

—¿Eso es todo? ¿“La cagué”? —lo miré por fin—. ¿Después de decirme que nunca fui más que una más? ¿Después de llegar borracho oliendo a otra?

Fabián se levantó de golpe, dejando la taza sobre la barra con un golpe seco.

—¡No me hables como si tú fueras santa! ¡Tú también me mentiste! ¡Nunca aclaraste nada sobre ese rumor maldito de hace meses!

—¡Porque estaba harta, Fabián! ¡Harta de tener que defenderme por algo que no hice! ¡Harta de rogarte que me creyeras! —le grité, sintiendo que todo volvía a salir como lava de un volcán a punto de estallar—. ¡Tú necesitabas odiarme para justificar tus ganas de acostarte con otras!

Sus ojos se encendieron de rabia. Se acercó a mí, demasiado cerca, pero esta vez no era deseo… era tensión pura.

—¡No te atrevas a decir eso! ¡Tú no tienes idea de lo que siento!

—¿Ah, no? —solté entre risas amargas—. Pues dime, Fabián, ¿qué sientes tú por mí, además de celos, control y rabia?

Él me miró como si le acabara de clavar una daga.

—Como digas - dijo casi con ironía

—No, Fabián —susurré con lágrimas en los ojos—. Tú no sabes amar… al menos no de la forma en la que yo lo necesito.

Quiso tocarme, pero me aparté. Él retrocedió, frustrado. Vi cómo se pasaba las manos por el cabello, desesperado. Su orgullo y su dolor chocaban como cuchillas en su pecho.

—¿Entonces qué quieres? ¿Que me largue? ¿Que no vuelva más? —preguntó casi con furia.

—Quiero paz, Fabián. Quiero recuperar lo que era antes de ti.

Se quedó callado. Y en ese silencio, sentí que algo se rompía entre los dos. O tal vez ya estaba roto desde antes… y solo ahora podíamos verlo sin vendas.

Fabián cogio su chaqueta, y giro a verme con odio con furia - si tan solo no la hubieras cagado antes - dijo antes de azotar la puerta y se fue.

Y yo… me quedé de pie, en medio de la cocina, rota pero firme. Porque esta vez no iba a correr tras él.

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