Desde que llegamos a Markovia, no me permití sentir. Solo pensaba en cifras, inversores, estrategias. Era más fácil llenar mi mente de pendientes que de recuerdos.

Mathias me veía con cierta preocupación, pero no decía nada. Me dejaba espacio. Hasta esa noche, en la terraza del hotel, cuando la ciudad parecía un mapa de luces.

—Ana… —dijo con una copa de vino entre las manos—. Quiero decirte algo antes de que lo leas en cualquier lugar.

Lo miré, esperando lo peor.

—Estoy saliendo con alguien. Apenas estamos comenzando, pero… no quería ocultártelo.

Lo miré. Sonreí. No una sonrisa fingida, sino de esas que nacen del cariño sincero.

—Me alegra por ti, Mathias. En serio. Ojalá los malditos rumores no arruinen eso.

Brindamos. Y por un momento, todo estuvo bien.

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El evento fue un éxito. Cerramos el acuerdo. Todo el mundo nos felicitaba. Me sentía invencible… hasta que el aire pareció desaparecer. Todo se nubló. Sentí que las piernas no me respondían.

—¡Ana! —gritó Mathias al atraparme an