El reloj marcaba las 10:14 a. m. y yo ya estaba en mi tercer café. La sala de reuniones olía a madera recién pulida y nervios en el aire. Teníamos una presentación importante con inversores internacionales y, aunque Mathias manejaba el idioma con soltura, yo me había preparado durante días. Este era mi momento.
—Ana, ¿estás lista? —me susurró Mathias al oído mientras acomodaba la carpeta frente a mí.
Asentí, con la voz atascada en el pecho. Una parte de mí seguía temblando por dentro, pero la otra se mantenía firme. La parte que había aprendido a no derrumbarse.
Todo fluyó. La presentación fue impecable. Preguntas claras. Propuestas firmes. Salimos de allí entre apretones de manos y miradas interesadas. Mathias me guiñó un ojo.
—Empaca. Nos vamos en tres días. Markovia nos espera.
El corazón me dio un vuelco. Un viaje internacional. Un nuevo mercado. Un nuevo inicio.
Hasta que el celular vibró.
Y volvió a vibrar. Y vibrar.
Primero Diana. Luego mis padres. Después hasta sofi. Y por últ