Me desperté con la luz filtrándose por las cortinas. Todo era silencioso, casi irreal. Tardé unos segundos en recordar dónde estaba. El hospital. El embarazo. El miedo. El caos. Cerré los ojos un segundo más, buscando un poco de paz. Cuando los abrí de nuevo, lo vi.
Fabián dormía en el asiento reclinable pero junto a mi cama, con el cuerpo encorvado y la cabeza apoyada en su brazo. Tenía el ceño fruncido, incluso en sueños. Me quedé mirándolo en silencio. ¿Cómo podía aún amarlo tanto? ¿Después de todo? ¿Después de cómo me destruyó?
Y sin embargo, ahí estaba. Velando mi sueño como si fuera todo lo que le importaba.
Golpearon la puerta. Entraron médicos y enfermeras con pasos firmes, rompiendo el momento. Fabián despertó de inmediato, como si el cuerpo le respondiera al sonido de mi alrededor.
—¿Todo bien? —preguntó con voz ronca, pasándose una mano por la cara.
—Buenos días señor Ariztizabal, señorita Gutiérrez —saludó el médico principal—. Vamos a revisarte, Ana.
Me dejé hacer sin dec