Capítulo 107

Fabián no tardó en salir a hablar con el equipo médico. Fue firme, autoritario, y en menos de una hora, la habitación se había transformado en una suite privada con más comodidades de lujo: sofá reclinable, luces tenues y hasta una máquina de bebidas especial. Acomodó una pequeña cama adicional cerca de la mía y pidió que le trajeran una muda de ropa limpia. Planeaba quedarse todos los días. Todos.

—Fabián… no es necesario que te quedes aquí —le dije con suavidad, aún adolorida.

Él se giró desde el ventanal, con las manos metidas en los bolsillos, y una expresión agotada pero firme.

—Por favor, Ana —dijo—. No te esfuerces más. Solo… déjame estar.

No insistí.

Ese día fue diferente. Fabián no se separó de mí ni un momento. Me ayudó a acomodarme cada vez que debía recostarme de lado. Me dio de comer como si tuviera miedo de que algo pudiera hacerme daño, soplando hasta el último bocado caliente, vigilando con la mirada cada movimiento, como si fuera una flor al borde de romperse con el v
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