Capítulo 30

El fin de semana fue un respiro necesario. Playa, sol, amigos y cero drama. Me reí hasta el cansancio, me dejé abrazar por el mar y, por primera vez en mucho tiempo, apagué el celular sin culpa. No quería saber nada de él, de su mundo, ni de su maldita arrogancia. Por una vez, quería ser yo… sin esa sombra que siempre lo traía a todo.

El domingo por la noche regresamos a la ciudad. En el camino de vuelta, me sentía ligera, segura… incluso linda. El reflejo del espejo me devolvía una mirada que hacía semanas no veía: firme, clara, en paz.

El lunes, me levanté temprano, me arreglé con esmero, eligiendo un conjunto que me hacía sentir poderosa: una falda ajustada a la cintura, una blusa suave que resaltaba mis curvas y unos tacones que me recordaban que podía caminar con fuerza, aunque por dentro aún me temblaran cosas.

Llegué a la oficina antes que todos, lista para comenzar. Me senté en mi escritorio, encendí el computador y comencé a revisar correos, organizando pendientes con eficiencia.

Entonces, lo sentí.

Esa presencia que aún sin ver, mi cuerpo reconocía.

Levanté la vista... y ahí estaban. **Fabián**, de traje perfectamente cortado, y **Verónica**, colgada de su brazo como si fuera un trofeo mal ganado. Venían con ese bronceado recién horneado, como si hubieran pasado el fin de semana en una maldita campaña de marketing del amor perfecto.

—**Buenos días… ehhh… Ana, ¿cierto?** —preguntó Verónica con ese tono condescendiente y falso, como si realmente no supiera mi nombre. Como si no lo hubiera escuchado mil veces salir de la boca de Fabián en todas sus formas.

Me contuve. Respiré.

—**¿Qué tal tu fin de semana, Ana?** —continuó, con una sonrisita ladina—. **Fabián y yo la pasamos espectacular.** ¿Cierto?

Fabián ni siquiera me miraba. Su mirada fija al frente, como si yo no existiera. Como si fuera invisible.

—**También fue fantástico mi fin de semana** —respondí con una sonrisa igual de falsa, elevando la mirada con seguridad.

Esa frase bastó para que Fabián girara a verme con furia. Esa mirada oscura que conocía bien, cargada de celos, rabia, y contradicción.

—**¿Ah, sí, Ana?** —preguntó, con los dientes casi apretados.

Verónica, encantada con la tensión, siguió el juego.

—**Cuéntanos, ¿dóóónde estuviste? Te ves un poco bronceada… Ayy, ¿estuviste con tu novio?** —dijo con una falsa inocencia que solo agravaba su veneno.

—**Así es. Fuimos a la playa. Al mar. A relajarme un poco.** —solté con frialdad, como si cada palabra fuera un golpe.

La mandíbula de Fabián se tensó. Su mirada me perforó. Rabia pura.

—**Ah, ¿sí? Eres muy rápida, Ana** —escupió con desprecio.

No me inmuté. Lo miré fijo por un segundo. Y luego a Verónica.

—**Si me lo permiten, seguiré con mis obligaciones.** —dije bajando la mirada hacia el portátil, dándoles la espalda emocional sin decir más.

Verónica intentó mantener su superioridad.

—**Es verdad, estamos incomodando. Vamos.** —le dijo, jalándolo un poco del brazo.

Fabián la siguió, pero la tensión quedó en el aire como un perfume ácido. Sentía su mirada clavada en mí incluso mientras se alejaba. Era odio… o tal vez, un reflejo distorsionado de todo lo que alguna vez fue amor.

Pero esta vez, no lo dejaría romperme.

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