Volví a concentrarme en mis obligaciones, tratando de ignorar el sabor amargo que me dejó ese encuentro con Verónica y Fabián. Aun así, no podía dejar de notar su aire de superioridad mientras salía de la oficina, balanceando las caderas como si el mundo le perteneciera.
A los pocos minutos, escuché mi nombre.
—**¡Ana!** —rugió la voz de Fabián desde el pasillo.
Antes de poder reaccionar, lo tenía frente a mí. Me haló del brazo con fuerza y me arrastró hasta su oficina. Cerró la puerta de golpe y me acorraló contra la pared. Su mirada era fuego puro.
—**¿Con quién mierda estabas? ¿Por qué apagaste el celular?** —espetó, sujetándome con rabia.
—**Eso ya no es tu problema** —le dije con voz firme, aunque por dentro me temblaba todo—. **No quiero seguir acostándome contigo. Ya no sueño contigo, Fabián. No pienso seguir siendo tu puta de noches rotas.**
Fabián se acercó más, apretando su mandíbula con los ojos inyectados en celos.
—**¿Ah, sí?** —susurró con veneno—. **Ya tienes otro, ¿ver