Capítulo 31

Volví a concentrarme en mis obligaciones, tratando de ignorar el sabor amargo que me dejó ese encuentro con Verónica y Fabián. Aun así, no podía dejar de notar su aire de superioridad mientras salía de la oficina, balanceando las caderas como si el mundo le perteneciera.

A los pocos minutos, escuché mi nombre.

—**¡Ana!** —rugió la voz de Fabián desde el pasillo.

Antes de poder reaccionar, lo tenía frente a mí. Me haló del brazo con fuerza y me arrastró hasta su oficina. Cerró la puerta de golpe y me acorraló contra la pared. Su mirada era fuego puro.

—**¿Con quién m****a estabas? ¿Por qué apagaste el celular?** —espetó, sujetándome con rabia.

—**Eso ya no es tu problema** —le dije con voz firme, aunque por dentro me temblaba todo—. **No quiero seguir acostándome contigo. Ya no sueño contigo, Fabián. No pienso seguir siendo tu puta de noches rotas.**

Fabián se acercó más, apretando su mandíbula con los ojos inyectados en celos.

—**¿Ah, sí?** —susurró con veneno—. **Ya tienes otro, ¿verdad? Claro... tú siempre tienes a alguien listo para consolarte.**

—**No me interesa lo que pienses.** —Crucé los brazos, intentando no derrumbarme—. **Tienes a Verónica. Llévate bien con tu nueva novia y déjame en paz. No pienso quedarme siendo la segunda opción de nadie.**

Él se quedó en silencio por un instante, su mirada clavada en la mía con una mezcla de furia y deseo.

—**Si no te acuestas conmigo, ¿crees que puedes quedarte aquí? ¿Esa es tu nueva carta?** —preguntó con sarcasmo.

—**Haz lo que quieras, despídeme si eso te da paz. Pero yo no me voy a seguir humillando por ti.**

El ambiente se volvió irrespirable. Sentía su respiración pegada a la mía, la tensión vibraba entre nuestros cuerpos. De pronto, me tomó de la cintura y me atrajo bruscamente hacia él.

—**¿Estás segura, Ana?** —dijo con la voz ronca, apretándome contra su pecho.

Mis labios temblaron, mi cuerpo lo reconocía, y por un segundo, olvidé el orgullo, el dolor... todo.

—**Dímelo —insistió—, dime que no me deseas.**

Su mano descendió por mi cintura hasta colarse bajo mi falda con descaro, invadiendo mi cuerpo con sus dedos.

—**Dime que no te mueres por esto, que no soñaste con esto todo el fin de semana.**

Gemí bajo su aliento, incapaz de mentirle a mi cuerpo, a mi deseo. Su boca comenzó a recorrer mi cuello con desesperación, mientras me sentaba de golpe sobre su regazo, desarmada, vencida.

—**Hace un momento decías que no querías esto... ¿y ahora?** —susurró, moviendo sus dedos dentro de mí con habilidad, encendiendo cada fibra de mi ser.

Quise gritarle que parara, que no podía seguir en ese ciclo, pero mis gemidos eran más sinceros que mis palabras. Estaba tan enredada en él como la primera vez, atrapada en un amor que dolía y excitaba a partes iguales.

La puerta seguía cerrada. Afuera, el mundo era otro. Pero ahí dentro, éramos solo fuego, deseo, rabia y confusión.

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