Llegué a casa y me dejé caer sobre la cama, completamente derrotada. Cerré los ojos apenas unos segundos, cuando sonó una notificación en el celular. Era un mensaje de Diana:
**“Nena, este fin de semana vamos a la playa. Alista tus cosas. Vamos con Mathias y Sofi 💕.”** Por un momento dudé. Lo primero que pensé fue en decir que no. Quería quedarme sola, llorar, revolcarme en esta tristeza absurda y desgastante. Pero… ¿de verdad quería seguir encerrada en este hueco emocional mientras Fabián pasaba el fin de semana con Verónica, como si nada? No. Esta vez no. Me levanté, me metí a la ducha con el agua más caliente que aguanté y, mientras el vapor llenaba el baño, traté de borrar su voz, su olor, sus malditas palabras frías que me habían destruido esa mañana. Al salir, empaqué ropa ligera, vestidos de playa, bloqueador, y un par de bikinis que no sabía si iba a usar, pero los metí igual. Apenas terminé, entró una llamada. Era Diana. —**Vamos, nena. Sal ya, estamos afuera esperándote** —dijo con entusiasmo. Me asomé por la ventana. Ahí estaban, sonriendo desde el carro. Me obligué a sonreír también. Respiré hondo y bajé. Apenas abrí la puerta del carro, Sofi me abrazó fuerte. Mathias me guiñó un ojo desde el espejo retrovisor. Diana me recibió con una sonrisa radiante. El trayecto fue como una bocanada de aire fresco. Entre risas, cervezas y música, sentí que poco a poco me iba despegando de todo el dolor. Mathias hacía bromas sin parar, Sofi y Diana cantaban a grito herido. Yo sonreía. De verdad sonreía. Al llegar a la playa, la brisa salada y el olor a mar me dieron la bienvenida como un viejo amigo. Caminamos por la arena, nos mojamos los pies y jugamos como niños. —Ana, te ves mucho más bonita cuando sonríes—me dijo Mathias, acercándome un cóctel. —En mi vida, ser bonita es un pecado...— respondí sin pensarlo mucho. Diana me miró con ceño fruncido y soltó una carcajada irónica. —**Por el baboso de Ariztizábal, ¿cierto?** —dijo volteando los ojos con desprecio. Solté una risita seca. No respondí. Solo miré hacia el horizonte y me dejé abrazar por el viento. Más tarde, Mathias y yo nos metimos al mar. El agua estaba perfecta. Flotamos, reímos, nos salpicamos como niños. Por un momento, me sentí libre. Libre de él, libre de mí misma. Al caer la noche, nos fuimos a la casa de playa de Mathias. Era amplia, acogedora, con habitaciones suficientes para cada uno. Me asignaron una habitación junto a la terraza. Me duché tranquila, dejando que el agua se llevara lo poco que aún me pesaba. Estaba por meterme a la cama cuando mi celular vibró. **Fabián**. Me congelé. La pantalla mostraba su nombre, y por un segundo, el corazón me dio un vuelco. Pero luego recordé sus palabras. Su desprecio. Su voz diciendo que pasaría el fin de semana con Verónica. No. No esta vez. Rechacé la llamada sin pensarlo dos veces, bloqueé la pantalla, me metí bajo las sábanas, y mientras la brisa marina me acariciaba la cara desde la ventana, cerré los ojos. Por fin, me sentí en paz. Aunque solo fuera por esta noche.