Ariana enfrenta una realidad desesperante: su padre, un alcohólico adicto a las apuestas, trabaja con gente peligrosa, mientras su hermanita de cinco años sufre de un trastorno de nacimiento que hace que sus huesos sean extremadamente frágiles. La situación empeora cuando descubre que su amada abuela, quien siempre ha cuidado de ellas, padece cáncer de pulmón. Sin saber a dónde acudir, su amiga le sugiere que lo único de valor que tiene es su juventud y belleza, y que debe aprovechar eso. Decidida, Ariana toma la dolorosa decisión de vender su virginidad. Entra a un club exclusivo donde los hombres pagan por el amor de jóvenes mujeres, en busca de una solución a sus problemas. Es allí donde su destino se cruza con Axel, un hombre que vivido entre lujos y caprichos, acostumbrado a obtener todo lo que desea. Nieto de un poderoso mafioso alemán e hijo de un influyente funcionario del gobierno, su vida cambió drásticamente tras perder al que creía era el amor de su vida en un accidente automovilístico. Desde ese trágico momento, Axel nunca volvió a ser el mismo. Ahora, en un intento por llenar el vacío que lo consume, busca mujeres que le recuerden a su examor. Cuando Axel ve a Ariana, su deseo y obsesión se desatan. El beso que comparten en ese club de lujo enciende en él una sed insaciable de control. Lo que ninguno de los dos sabía es que este encuentro desencadenaría una tormenta mucho más oscura. Ariana, en busca de una solución, se verá atrapada en los retorcidos juegos de un monstruo envuelto en dinero y poder. Axel, se sumergirá en su propio abismo, persiguiendo una obsesión que solo lo conducirá a mayores sombras. ¿Es posible que, entre tanto dolor y lágrimas, pueda florecer un destello de amor?
Leer más―Necesito el trabajo, por favor, por favor ―Ariana se arrodillaría si era necesario. No importaba la humillación. No le importaba perder hasta el último gramo de dignidad, con tal de salvar a su abuela del cáncer y llevar comida a la mesa de su pequeña hermana.
La mirada de Enrique Lafon bajó lentamente por esa figura femenina. A su parecer, en su rostro emanaba una hermosura peculiar y un aura de dulzura, uno de los requisitos que buscaban los viejos ricachones y pervertidos de ese lugar, si tan solo tuviera un pecho más grande y unas curvas más pronunciadas.
―Estás en los huesos. Habría uno que otro… La verdad no me convences ―Inhaló el aire y le dio otro vistazo a la joven.
Karina, la mejor amiga de Ariana y la persona que le recomendó ir a ese club fino a pedir el trabajo, se acercó a Enrique.
―Por favor, ella es virgen, eso debe abrir mayores posibilidades.
―Le diré a Bianchi… ―El rostro de Enrique hizo una mueca de desagrado y luego un destello parecido al temor apareció.
―No. Tú lo has dicho: es muy delgada, de seguro pasa desapercibida. No tienes por qué decirle a él, ni lo notará. ―La voz de Karina se teñía de desesperación con cada palabra que pronunciaba.
Enrique le dio un último vistazo.
―Me debes una. Iré con Hernán ―le dijo sin ocultar su apatía.
El alma de Karina volvió a su cuerpo. Le dio las buenas noticias a su amiga y la invitó a ir al baño y retocarse el maquillaje, pues ni por asomo quería que el cliente viera los moretones que le dejó su padre.
Ariana avanzó por la multitud hacia el tocador. Sus manos se movían nerviosas al ver aquellas mujeres hermosas, con cuerpos voluptuosos. ¿De verdad alguien pagaría por una mujercita tan poco agraciada como ella si tenía al alcance bellezas como esas? Se reirán en su cara. No existía nada llamativo en ella. Su rostro común. Su cuerpo menudo. Ni siquiera presumía de gracia para el baile.
…
En las plataformas con luces de colores, se veían chicas con rostros preciosos bailando al ritmo de la música.
Cada una era deslumbrante. Los hombres, con miradas lujuriosas, no perdían ni un solo detalle. El lugar era enorme y lujoso, como cabía esperar, ya que su dueño, Heinrich Falkenberg, era un alemán corpulento, de cabello blanquecino y ceño fruncido de forma permanente. Su complexión robusta, con algo de obesidad, y sus ojos verdes encendían la sangre de quienes lo miraban. Sin embargo, lo más aterrador de Heinrich no era su aspecto físico, sino sus negocios ilegales. Era un hombre peligroso, coludido con los grandes del mundo del crimen. Su poder era tal que había colocado a su yerno en un importante puesto político. El miedo que infundía superaba al respeto, y Heinrich lo disfrutaba. En el tercer piso, donde el bullicio apenas se oía, estaba Axel Bianchi, el nieto mayor del jefe. Con el celular pegado al oído, se pasó la mano por el cabello rubio casi blanco. Sus ojos se clavaban en un punto al frente, fríos y calculadores, sin prestar atención a lo que escuchaba. —Pensé que vendrías hoy —le recriminaba su prometida al otro lado de la línea. Se suponía que en tres meses se celebraría su boda con Alessandra Pinos. No le desagradaba la idea, pero tampoco le entusiasmaba. No quiso perder el tiempo en una discusión sin sentido, así que cortó la llamada. Luisa estaba de pie a cierta distancia, con el tirante del sostén fuera de lugar y el labial corrido. —¿Esperas un premio? ¡Lárgate, me enfermas! —escupió con desprecio, sin mirarla, asqueado por ese rostro que minutos antes le resultó hermoso, pero que ahora solo le provocaba repulsión. La chica bajó la cabeza, contuvo las lágrimas y se fue escaleras abajo, con la garganta adolorida. Su vestido apenas cubría sus glúteos. Necesitaba ir al baño para arreglarse el cabello y el maquillaje. Le quedaban muchas horas de trabajo todavía. Axel miró su reloj, se dio cuenta de que ya eran las ocho y quince. Supuestamente, su abuelo llegaría a las ocho en punto. No era propio de él llegar tarde. Bajó las escaleras sin mucho ánimo, pero al descender el último escalón, alguien se cruzó en su camino. Su expresión de aburrimiento se transformó en una mueca de fastidio. —¡Maldita sea! —exclamó al sentir el pequeño cuerpo chocar con el suyo. Al bajar la vista, se encontró con una melena castaña. —P-perdón, señor —se disculpó la chica con las mejillas sonrojadas y la voz temblorosa. Cuando sus ojos, de un tono café claro, miel, se cruzaron con los de él, algo en su interior se estremeció.El estómago de Ariana se revolvió a causa del miedo, el hombre frente a ella era muy atractivo y, al mismo tiempo, emanaba un aura intimidante. Asesina.
Ella respiró hondo y, sin obtener respuesta, avanzó hacia el lugar que Karina le indicó. El aroma a tabaco la mareó un poco. Axel la siguió con paso firme, mientras observaba su cabello suelto adornado con una peineta de pedrería. En su mente repasaba los detalles: la nariz respingada, los labios rojos y la figura que se insinuaba bajo ese vestido ajustado de color vino. La vio mientras Enrique Lafon le daba indicaciones. Sus ojos se entrecerraron al verla dirigirse hacia uno de los clientes importantes de esa "casa de citas", como un cazador que acecha a su próxima presa desde lejos. Una sonrisa torcida apareció en sus labios al verla dudar frente al anciano. —¡Maldita sea! —Axel puso la mano en su pecho, justo sobre el corazón. Otra vez ese cosquilleo, otra vez esa obsesión.Todo se desvaneció, y la imagen de Alana se desdibujó, tan semejante a las sombras que desaparecen ante la luz.Ariana despertó con las mejillas mojadas por sus lágrimas y el corazón roto.Se quedó un largo rato en la cama, con el cuerpo agotado, con la mente aún atrapada en ese sueño. En su pecho, el vacío se hacía cada vez más grande.Su cabeza pensaba y pensaba en alguna solución. Algo que pudiera hacer con tal de que su hermana regresara a su lado....Frida Falkenberg se encontraba en la oficina de un lujoso hospital privado, un espacio alejado del ambiente clínico de los pasillos.Allí, el aire no olía a desinfectante ni se escuchaba el constante pitido de los aparatos médicos.Su piel de porcelana brillaba bajo la luz suave, y su semblante era estoico, casi aburrido. Fría, calculadora y absolutamente decidida a cumplir con su cometido.—La orden del señor Bianchi fue otra… —dijo el encargado de supervisar el hospital, vacilante, bajo la mirada penetrante de la mujer.Falkenberg
Y entonces, el llanto desgarrador de Ariana llenó la habitación, un eco en cada rincón. El dolor, la rabia, la tristeza... todo se desbordó.Ariana podía estar segura de haber escuchado un crujir en su interior. Algo en su pecho se rompió un quiebre tan profundo y desgarrador que no le quedaba claro cómo seguía viva.El peso de la noticia, las palabras del médico, la cruel certeza de lo irremediable... Todo era demasiado para ella. Los recuerdos de Alana, de su risa, de sus pequeños gestos, el dolor de saber que ya no habría más de eso.De repente, no pudo sostenerse. Sus piernas flaquearon otra vez. Cayó al suelo, sus rodillas chocaron con el piso duro y frío de la habitación. No sentía dolor físico. Su cuerpo, se encontraba anestesiado por la angustia. Solo sentía una presión insoportable en el pecho, un dolor que la quemaba por completo.Sus muñecas, moradas, aún recordaban el último jaloneo que Axel le dio, antes de caer en ese extraño estado mental. Pero nada de eso importaba. E
Axel, inmerso en un caos emocional, no toleraba la jaqueca. Ese dolor lo envolvía, lo asfixiaba, sin embargo, su mente iba y venía entre la realidad y la ficción. Repetía una y otra vez fragmentos de ese fatídico día.Imágenes distorsionadas ante sus ojos, y entre ellas, Elisa. La veía llena de sangre, su cuerpo casi inerte, y él, incapaz de hacer nada por salvarla. Lo peor de todo no era la visión de su muerte, sino el peso de la culpa que lo aplastaba.«Por mi culpa», pensaba, «por mi culpa...».En un chasquido, la imagen del fantasma de Elisa se le apareció, con la piel pálida, casi verdosa, y un hedor que llenaba todo. Con una claridad espeluznante, escuchó sus palabras.—Fue por ti, por lo que hiciste... Nosotros morimos por tu culpa...Axel trató de apartar esa imagen de su mente, pero era inútil. Su cabeza se inundó de gritos, de llanto, de dolor, de recriminación.Todo se puso negro. La niebla envolvió su mente, y en ese instante, el recuerdo del accidente lo azotó. El coche,
—No puedo darle información sobre la paciente. Solo a familiares —dijo la mujer, luego de tragar saliva y fingir que la presencia de ese tipo no le erizaba, desagradablemente, los vellos del antebrazo. —Mi petición no fue opcional. Cumple tu función o haré que te echen y no vuelvas a encontrar trabajo, ni siquiera como limpiadora de baños —Axel empuñó las manos. Su corazón latía con tanta fuerza, por la preocupación y por la ira. —Señor, no puedo saltarme órdenes directas de la institución… —La chica había perdido la paciencia, pero tampoco era lo suficientemente temeraria para enfrentarse con un tipo como ese. Él apretó la mandíbula. —Te lo advertí, pequeña idiota —masculló, y sacó el móvil del bolsillo de su pantalón. No tardó ni diez minutos en presentarse uno de los encargados. La mente de Axel era a veces una cascada de recuerdos, y otras, un río seco. Lo primero que hicieron fue darle información muy breve sobre el accidente. Lo intenso y desalentador llegó al hablarle de
Luego de dejarle las cosas a la madre de Karina, se fue directo al hospital. Lo primero que le informaron fue que la taquicardia no había vuelto. Confundida, le preguntó a la enfermera a qué se refería. La mujer le contó, muy por encima, lo que padeció la paciente la noche anterior. Ariana apretó los labios. Se le apretujaba el corazón al imaginar la desesperación de su amiga. Anhelaba escuchar su voz, que volvieran a platicar de cosas banales: sobre algún programa de televisión o un peinado de moda. No lograba procesar la idea de verla postrada en una cama, con los labios partidos en lugar de rojos y cremosos. Su rostro pálido, enfermo, sin colorete, sin sombras coloridas que resaltaran sus hermosos ojos. Ariana la observó inconsciente. Daría lo que fuera con tal que su recuperación fuera más rápida. En un vasito de vidrio, que compró en una tienda de conveniencia, puso las tres rosas que consiguió de camino al hospital. ―Eres una mujer fuerte. Vas a ponerte bien ―le dijo,
Ariana se dejó callar por esa lengua caliente y hábil. Sus pasos fallaron. Cayó desvanecida ante las caricias obscenas de Axel.En otro lugar de la ciudad, Karina sufría las consecuencias de sus decisiones. En sus pesadillas, la visitaba aquel ser sin escrúpulos que la había violada, ese tipo obeso y canoso que, con una sonrisa perversa, hizo con ella lo que quiso, un simple objeto. Las lágrimas caían con fuerza por sus mejillas, como si su angustia no tuviera fin.―¡Para, detente, esto no me gusta! ―Sus manos crispadas se aferraron a la sábana. El hombre nunca prestó atención, siguió chocando sus caderas contra las de ella.En el interior de su vientre, algo ardía, como si un fuego invisible la consumiera desde lo más profundo. Su alrededor se llenó de sangre, sudor y el llanto desgarrador de un bebé que le perforaba los tímpanos, sumiéndola en una desesperación insoportable.Karina despertó con la boca seca, y sus ojos recorrieron lentamente la habitación del hospital. La luz de la
Último capítulo