Tan tuyo, tan mía (1era. Parte)
La misma noche
Úglich, cerca de Moscú
Katya
Supongo que todos buscamos un refugio cuando alguien nos desviste el alma por primera vez. Porque sí, hay mariposas que revolotean como locas en el estómago, una corriente eléctrica que nos atraviesa cada vez que esa persona roza siquiera nuestro brazo, y esa sonrisa tonta que se nos instala como si no pensara irse jamás. Pero también está el vértigo. Ese hueco en el pecho que aparece justo cuando miramos al otro y nos damos cuenta de que ya no hay vuelta atrás.
Nos encantaría simplemente dejarnos caer, abrir los brazos y volar como si no existiera el suelo. Pero no somos tan valientes. Hay un miedo primitivo que nos habita, una voz pequeña pero insistente que susurra “cuidado, peligro”. Como si el corazón, alguna vez hecho trizas, levantara barricadas antes de amar de nuevo. Como si la piel, por más que se erice con el deseo, se resistiera a confiar del todo.
Aunque ese miedo es la forma en que el alma se protege del naufragio. Un escudo qu