Ojo por ojo (2da. Parte)
El mismo día
En el purgatorio
Maskim
Dicen que el amor verdadero no es egoísta. Que no se rinde ante el dolor, que no huye cuando todo se desmorona. Que está dispuesto a sacrificarse, incluso a morir, si es necesario. Tal vez sea cierto. Pero lo que nadie dice es lo que ocurre dentro cuando temes perder a quien amas.
Es un desgarro. Un vacío que se abre en el pecho como una herida que no cicatriza. Entonces dejas de pensar con claridad. La lógica se convierte en un murmullo lejano. Ya no escuchas razones. Solo queda el instinto, esa necesidad ciega y brutal de proteger, de salvar, de no permitir que se te escape lo único que te hace sentir vivo. Y no, no es noble. No es valiente. A veces es solo desesperación disfrazada de coraje.
No puedes quedarte quieto. No puedes cerrar los ojos y fingir que no pasa nada. Porque amar de verdad significa moverte, arder, romper tus propios límites. Aunque duela. Aunque todo se derrumbe contigo. Te conviertes en algo más primitivo: una criatura empuj