Unos años después
Moscú
Katya
En alguna parte leí que con los años aprendemos a ver de verdad a las personas. No con los ojos… sino con el alma. Aprendemos a leer entre líneas cada mirada, a entender lo que una risa esconde, a reconocer cuándo un silencio abraza y cuándo duele. Aprendemos que la complicidad no se grita, se respira.
Y es cierto. Lo veo ahora con claridad. Lo siento cada vez que Maskim me mira como si fuera su única verdad en el mundo. Cada vez que me envuelve en sus brazos sin decir nada… y, sin embargo, lo dice todo. Supe entonces que eso era el amor: ese entendimiento silencioso que no necesita explicaciones, esa paz que solo se encuentra cuando dejas de correr y simplemente… te quedas.
Con el tiempo también entendí que la vida es demasiado corta para dejar que las peleas tontas, las palabras mal dichas o las heridas viejas ocupen espacio en el corazón. Demasiado efímera para malgastar los días en cosas que no llenan, en lo superficial, en lo material. Porque encontra