Capítulo – Lo Que Nunca Te Dije
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Gael no se movió.
La puerta se había cerrado tras ella, y aún así, sus pies seguían clavados en la arena como si el tiempo se hubiera detenido justo en el segundo en que Nayara decidió marcharse. Las estrellas apenas titilaban sobre su cabeza, como si ni el cielo se atreviera a interrumpir ese instante congelado.
No hizo falta que llorara. No porque no tuviera razones, sino porque las lágrimas, esas compañeras fieles de las noches solitarias, ya no bajaban. Se le habían secado en algún punto del camino, convertidas en sal sobre la piel, en suspiros silenciosos que ya nadie escuchaba. Lo único que le quedaba era la voz quebrada, el pecho hundido, y una necesidad absurda de decir en voz alta todo lo que jamás se atrevió.
Se dejó caer primero de rodillas, y después, como si los huesos le pesaran siglos, se sentó sobre la arena fría. Apoyó los codos en las rodillas, las manos sobre la nuca, y por fin, se permitió algo que no se había dado en much