Capítulo — Bajo el Río de la Luna
Los días aprendieron a respirar sin prisa en la manada. Las patrullas iban y venían como olas, el martilleo de las reparaciones sonaba a mañana nueva, y al fondo, como campanadas pequeñitas, se oían los balbuceos de los trillizos. Siempre juntos. Siempre buscándose, enredándose las manitos como si ya supieran que el mundo es menos pesado cuando se comparte. Nayara los vigilaba con una ternura atenta, esa que nace de quien atravesó el exilio y regresó con el corazón entero a pesar de las grietas. Gael, entre entrenamientos y decisiones, se detenía a mirarla cada día un momento más. No como Alfa, no como custodio del territorio, sino como el hombre que sigue encontrando milagro en la mujer a la que eligió.
Nayara entrenaba al grupo de guerreros con la precisión que Khael le había tallado en el cuerpo: pasos cortos, rotación de caderas, contraataque sin concesiones; ojos pensando, manos que dicen la verdad antes que la voz. En el polvo del claro, su s