CAPÍTULO — CONSEJOS BAJO EL SOL
El parque de la manada se había convertido en el rincón favorito de Nayara. Allí los niños jugaban entre risas, el aire olía a flores silvestres y la brisa suave arrullaba las ramas de los árboles como si fueran canciones de cuna.
Aquella tarde, Nayara llegó con sus tres pequeños envueltos en mantas claras. Los mayores de la manada se acercaban para acariciarles las manos diminutas, los niños corrían alrededor cantando su nombre. Pero ella buscaba algo más que compañía: buscaba esa calma que solo dan las charlas entre mujeres que se entienden con la mirada.
Mónica ya la esperaba, sentada bajo un roble, con su hija Nay —la ahijada de Nayara— en brazos. La niña reía al ver a sus primitos, y las dos mujeres se fundieron en un abrazo que contenía años de historia y complicidad.
—Mirá lo que hemos construido, Naya… —dijo Mónica, con una sonrisa cargada de orgullo y nostalgia—. Antes creímos que la vida nos iba a arrancar todo, y acá estamos, con nuestros