CAPÍTULO: LA SENTENCIA ES MÍA
Punto de vista: Nayara
La plaza sagrada seguía repleta, pero el murmullo que solía teñirla de voces había desaparecido por completo. El silencio era tan profundo que podía escucharse el viento al rozar las ramas, los suspiros contenidos de quienes aguardaban… y, sin embargo, dentro de mí, había un estruendo ensordecedor, una tormenta indomable golpeando mis entrañas.
Mi pecho latía con la fuerza desbocada de un tambor de guerra, mi piel ardía como si cada poro se encendiera de verdad viva, y mis piernas, aunque temblaban, se negaban a ceder. Estaba de pie. En el centro de ese juicio ancestral, rodeada por los mismos rostros que, años atrás, me condenaron sin siquiera permitirme hablar. Pero esta vez… esta vez no bajé la mirada. No me escondí. Fui yo quien sostuvo la verdad frente a todos.
Khael.
Mi padre.
Ese lobo de mirada firme y corazón oculto. El mismo que me entrenó sin pedir nada a cambio. Que me miró siempre con respeto, sin jamás exigirme sum