Punto de vista: Khael
La oficina del Alfa estaba envuelta en sombras, solo iluminada por la luna que se filtraba a través del ventanal. Alaric permanecía junto a la chimenea, con el ceño fruncido y las manos entrelazadas como si contuviera algo que no podía sostener más.
—¿Te acordás? —pregunté, cruzando la puerta sin tocar.
Alaric levantó la cabeza. Su mirada estaba ausente.
—¿De qué?
—De Nayara —respondí con calma—. ¿Recordás quién la recibió cuando llegó? ¿Quién fue el primero en verla?
Negó con lentitud, como si la negación doliera más que cualquier afirmación.
—Solo sé que era una bebé huérfana. Que alguien la dejó en la frontera. Dijeron que tenía sangre de lobo, pero nadie sabía quién era. Y yo... —su voz se quebró—. Yo no recuerdo nada, Khael. No recuerdo ni cómo perdí a mi verdadera Luna.
Me odio por eso. Me siento un Alfa sin alma, sin memoria.
Me acerqué y puse una mano sobre su hombro.
—No digas eso. Para mí siempre fuiste un hermano. Aunque no tengamos