CAPÍTULO: EL JUICIO DE LIDIA Y REVELACIONES
El alba se derramaba sobre la piedra sagrada con un resplandor blanquecino, bañando el Círculo del Juicio en un silencio que no era paz, sino expectativa. Una brisa helada recorría los cuerpos reunidos, rozando las capas ceremoniales, levantando levemente los pliegues oscuros de los mantos, haciendo crujir las insignias de los altos rangos. El Consejo de Ancianos se hallaba ya en semi curva frente al altar de piedra, todos con la mirada baja, como si la vergüenza de los años callados pesara más que el acero.
Los pasos de Lidia resonaban por el sendero de tierra endurecida. Sus pies desnudos levantaban polvo. Sus manos estaban atadas al frente con soga negra, y sus ojos vendados con una tela empapada en aceite de luna, para impedir que utilizara cualquier resabio de su visión mágica, si es que aún la tenía. Caminaba erguida, altiva, como si fuese ella quien presidiera el juicio. A pesar del vestido desgastado y la piel marcada por los hec