Mundo ficciónIniciar sesiónEl matrimonio es una unión consensuada entre dos personas que tiene como base, fundamentalmente, la confianza, el respeto y el amor. ¿Qué ocurre cuando los cónyuges son incapaces de lidiar con las diferentes situaciones que se presenta en su vida diaria? La Doctora Nicole Jonson será el ángel de tu relación, te enseñará a poner a prueba tu capacidad de tolerancia, tus límites y particularmente tus sentimientos.
Leer másMe levanto asustada de la cama. Al contemplar el panorama del clima por la ventana de la habitación decido observar el reloj. Llegaré tarde, otra vez. Recuerdo vagamente haber apagado la alarma de mi teléfono celular pero, al parecer, de forma inconsciente volví a acurrucarme entre las sábanas, quedándome completamente dormida. Descalza me dirijo hacia el baño y dejo acariciar mi cuerpo con esa lluvia artificial que tanto me relaja. Hoy no puedo mimarme. Mi tiempo es limitado, por lo que termino el aseo a una velocidad asombrosa. Tardo quince minutos en vestirme y aplicar un ligero maquillaje que, al menos, disimula mis ojeras. Sin despedirme del hombre que duerme en la cama decido subirme al auto para adentrarme en las calles de la ciudad que nunca duerme.
Atravieso las enormes puertas del consultorio pasadas las 8:00 de la mañana, algo tarde si tenemos en cuenta que los primeros pacientes ya están en el recibidor. No los conozco, es su primer consulta y debo causar buena impresión. Los saludo, tratando de mostrarme agradable. Observo a mi secretaria caminar por el pasillo con una bandeja circular en la que descansan dos tazas con el delicioso néctar de los dioses, se las ofrece a los visitantes como clara señal de cortesía. Me agrada su responsabilidad y dedicación en el cumplimiento del trabajo. Debería aumentarle el salario como agradecimiento. Contemplo a la pareja con creciente curiosidad. No percibo conexión entre ellos. Se ignoran, dejando claro que, los problemas, han absorbido sus sentimientos, convirtiéndolos en dos extraños que comparten espacios por costumbres. Los invito a trasladarse hacia la pequeña oficina donde atiendo a todos los pacientes. Es un lugar decorado con sencillez, íntimo y que actúa positivamente en el estado de ánimo de los visitantes. - Soy la Doctora Nicole Jonson, sexóloga, terapista de parejas – inicio el discurso aprendido al dedillo – le agradezco su confianza al elegir mi consulta para resolver las dificultades por las que atraviesa su matrimonio. Como es la primera sesión les agradecería que me hablaran de la relación y de los problemas que motivaron su visita. Tomo el formulario que Isabel se ha adelantado a llenar y decido leer los apuntes: Jane y Robert Anderson, 32 y 39 años de edad respectivamente y 7 de matrimonio, sin hijos. De repente una voz ronca y muy varonil comienza el relato y yo me acomodo en la silla, dispuesta a escucharlo. - Éramos una pareja normal, con situaciones y problemas, pero siempre terminábamos resolviéndolo, sin embargo ahora todo se fue de control y estoy harto – declara molesto - apenas me ve aparecer comienzan los reproches y, sabe una cosa, estoy cansado y ya no me siento tan seguro de querer salvar esta relación. Sus ojos despiden llamas. La molestia domina sus pensamientos y habla por él. Con el ceño fruncido y una mezcla de seriedad e impotencia en el rostro parece un hombre mayor. Posee particularidades de un varón dominante y machista y tomo nota de ello. Extrañamente esa conducta se asemeja a la que muestra Saúl, mi esposo y el corazón se me oprime. Últimamente ha estado frío, distante y paradójicamente posesivo, ya no reconozco, en él, al joven alegre, caballeroso y emprendedor del que me enamoré. Aparto mis pensamientos y me concentro en Jane, quien ha permanecido en silencio, sintiendo, quizás, la misma apatía que consume a su pareja. - Jane, me gustaría escuchar, de tus labios, los motivos que piensas han llevado a la crisis de tu matrimonio – sonrío dulcemente, incitándola a hablar. La palidez se acentúa en el semblante de la rubia. Contempla sus manos inquietas y decide comenzar a sincerarse. - Para empezar - plantea - me siento ignorada. No importa lo que haga, para él soy poca cosa. A veces hasta llego a creerlo y… interrumpe la frase porque, la emoción del momento, le impide continuar. Seca, casi con rabia, unas lágrimas rebeldes que se escapan de sus pozos azules. Le ofrezco un pañuelo desechable - disculpe – susurra – pero es que me siento tan humillada. - ¿Qué dices? - interroga el hombre impresionado - tú no me dejas acercar, solo me miras con desprecio. - No - habla rabiosa - entras y sales y no me dices ni una frase de cariño. La que no quiere permanecer ni un minuto más a tu lado soy yo. Las palabras salen de ambas partes sin límites ni contenciones. Escucho, en silencio, las dagas que disparan cargadas de veneno. Enfrentan, digo internamente y sin temor a equivocarme, un grave problema de comunicación. Han sido incapaces de expresar sus sentimientos con sinceridad. ¿Por qué las personas que juraron amarse ante un altar, se despiertan un día como simples desconocidos? Me levanto del sillón y salgo de la estancia para dejarlos solo durante algunos minutos, que aprovecho para tomar aire en el balcón del recibidor. Mi decisión parece haber sido acertada porque, al volver noto un silencio abrumador. Vuelvo a sentarme y me decido a romper el hielo. - Ahora, en vista a que se han mostrado tan cooperativos en la sesión, quiero que sean sinceros y me digan las cualidades que más les gusta del otro - digo aplicando una técnica antigua pero efectiva - comencemos contigo Robert - él parece dudarlo, pero finalmente dice con un brillo especial en la mirada. - Jane es hermosa, inteligente, sensible y muy femenina. Muevo la cabeza, aprobando sus palabras. Detecto que, en el fondo, el hombre aún admira a su pareja y eso me reconforta, por lo que albergo la esperanza de una cercana reconciliación. - ¿Te fijas? - le pregunto a la joven – eso es amor, aunque se empeñe en negarlo. Ahora te toca a ti Jane. - Robert es atractivo, extremadamente culto, no es violento y solía ser muy detallista - plantea la esposa con cierta timidez. El rostro del varón es un poema. Está sorprendido. Es impactante escuchar, en terapia, lo que han ignorado por orgullo y falta de sabiduría. - ¿Cuándo fue la última vez que salieron juntos o compartieron un momento íntimo satisfactoriamente? – pregunto interesada. Percibo las miradas cómplices de los esposos, tratando de descubrir, en el otro, la respuesta acertada a mi pregunta. - Yo… no recuerdo Doctora, es que tengo mucho trabajo - se disculpa Robert turbado. - El trabajo es un medio para conseguir un fin - aclaro – no puedes verlo como la razón de tu existencia. Tienes que, una o dos veces por semana, llegar temprano a la casa y cambiar la rutina que te está amargando. A las mujeres nos gustan los detalles. Regala flores y joyas. Los regalos no necesariamente deben tener un gran valor monetario, porque el verdadero objetivo es mimar a tu chica. Demuéstrale que te importa su bienestar. Elógiala para que se sienta hermosa y querida - entonces me dirijo a Jane para continuar la chala – En cuanto a ti, no permitas que tu abandono destruya el matrimonio. Arréglate y espera a tu pareja con ropa sexy. Motívalo a tocarte. Recuérdale por qué se enamoró de ti. Compartieron una sonrisa tímida, cargada de promesas. Están dispuestos a intentarlo. Pienso que ha sido un logro verlos, en la consulta, despojarse de la apatía y el conformismo que los rodeaba. Tomo, como ya es costumbre en cada una de mis sesiones, una tarjeta, que logré conformar mientras se realizaba la dinámica y se la extiendo a los esposos, invitando a Jane a leerla en voz alta. ¨Un matrimonio se considera realmente fuerte cuando enfrenta las crisis con tolerancia, respeto, confianza y amor. El ingrediente secreto está en vencer la rutina e incorporarle sabor a la relación¨ Cuando logro quedarme sola me permito descansar en el enorme sofá del despacho. Siento un ligero dolor de cabeza que, sin dudas, es la consecuencia de mi constante desvelo. Medito en los últimos acontecimientos y me vienen a la mente, a retazos, escenas de incomprensiones, maltratos e ignorancia de parte de mi esposo hacia mí. Es paradójico, pienso, que siendo mi especialidad, no logre diagnosticar bien el mal que nos aqueja. - ¿Qué haces? - pregunta Isabel entrando a la oficina con una taza de café. - Pensando en las ironías que tiene la vida - contesto, degustando el preciado líquido - yo aquí salvando matrimonios y el mío es un desastre. - ¿Siguen los problemas? - Sí - respondo lacónica, indicándole que no pienso seguir hablando del tema – al menos me siento realizada profesionalmente. - Los señores Anderson se fueron satisfechos – comenta con una expresión de alegría en el rostro. - Cuando aún existe en la unión respeto, confianza, admiración y amor la guerra está ganada - Me levanto y contemplo con gusto la vista que ofrece el enorme ventanal de la oficina. Pienso en lo feliz que me siento ayudando a las personas a encontrar su camino hacia la sanación. Miro a mi secretaria y le digo con determinación: - Ya estoy lista para atender a los próximos pacientes.Aquella mañana comenzó como cualquier otra, con la misma rutina, las mismas palabras y las mismas acciones. Besé a mi chico antes de levantarme de la cama. Él aún dormía, porque la jornada anterior había sido intensa en el hospital y mis labios apenas rozaron su piel para cuidar su merecido descanso. Descalza me dirigí hacia el balcón, contemplando por el enorme ventanal sin cortinas el naciente día, que prometía un cielo despejado y un clima veraniego, respiré hondo y me dispuse a comenzar mi faena diaria. - Buenos días - saludó Isabel al verme entrar al consultorio - ¿ Cómo amaneció? Cada mañana agradecía la sonrisa que alegraba el día. Era una persona admirable que siempre mostraba el lado positivo y optimista de la vida. - Estoy bien, Isabel - respondí amable - anoche descansé y hoy me siento con energías renovadas. - Pues va a necesitar de toda su paciencia y conocimiento para lidiar con los pacientes que ya la están esperando en el saloncito - expresó en tono bajo y algo mi
- Buenos días - dije mirando a las dos mujeres que tenía frente a mí, por un momento, me pareció ver a mi hermana pequeña, ya había visto esa imagen desolada en ella y no pude evitar percibir la ironía de la vida - soy la doctora Nicole Jonson, psicóloga, sexóloga, especialista en terapias de pareja. Mientras repetía el discurso que ya sabía al dedillo, las detallaba con la mirada. La diferencia entre ambas era notoria. La más joven mostraba exasperación, enojo y pánico en sus ojos, pero la otra era símbolo de arrogancia, seguridad y prepotencia. - Para ayudarlas demando - expresé después de minutos de silencio - que sean sinceras y hablen sin reservas. ¿ Por qué necesitan de ayuda especializada para resolver los problemas que aquejan a su relación ? La jovencita, moviéndose incómoda en el asiento, intentó comenzar a hablar, pero la pareja, enseñando un sentido de pertenencia fuerte, extraño y rayando en abusivo, con las manos, realizó un gesto que paralizó a la muchacha, frustr
Carlos asintió ante mis palabras, sabiendo que, ante una decisión tomada, no existían sacrificios con resultados positivos. - No puedo dejar solo a mi hijo, es un niño traumado por la pérdida de su madre, que era su sostén y no puedo fallarle. - ¿Aunque te cueste el matrimonio? - preguntó decepcionada, pero no arrepentida. No había amor en esa relación, al menos no en ella y eso me frustraba, porque la base fundamental de una relación consensuada era precisamente el amor, pero, su pregunta, no era simplemente una exigencia que trasmitía un rechazo hacia el pequeño, sino una demanda, reclamando un control que se había perdido. - Marlene - llamé con firmeza - ¿Qué es lo que más amas de tu esposo? Durante algunos minutos el silencio incómodo invadió la habitación, permitiéndome corroborar la idea de su frialdad, luego de pensarlo, respondió con aplomo, pero midiendo sus palabras. - Es un buen hombre, con él tengo estabilidad. ¿Estabilidad ? Era evidente, no se trataba de la preoc
- Doctora - llamó mi asistente con insistencia. La miré con curiosidad, mientras interrumpía la organización de algunos documentos que se encontraban encima de mi escritorio. Pregunté con mis ojos y, ella acostumbrada a trabajar conmigo, lo entendió. Conocía mis expresiones, por lo que, aclarándose la garganta, agregó: - Ya están aquí sus próximos pacientes. Asentí parándome de la silla, me alisé el vestido rosa y, acomodando mi pelo, exclamé sonriendo: - ¡Qué pasen! El deber llama. Minutos más tarde dos personas de ambos sexos penetraron en la estancia. Jóvenes, elegantes y atractivos, pero completamente desconectados entre sí. Señalé los sillones, invitándolos a sentarse. Sin mucho protocolo se dejaron caer en los asientos con actitud cansada y distante. - Buenas tardes - comencé mi discurso - yo soy la doctora Nicole Jonson, psicóloga, sexóloga y especialista en terapia de parejas - hice un silencio de algunos segundos dejando asentar mis palabras - si están aquí es porque
Radiel suspiró aliviado ante mis palabras. Podía apreciar por su comportamiento su necesidad de aceptación, pero Víctor mostraba un cansancio que sin dudas había afectado su capacidad de tolerancia. - Ese es precisamente el problema doctora - dijo - está tan enfocado en la aceptación de su familia que no es capaz de mirar a su alrededor. Comprendí que se sentía descuidado, que ya no estaba dispuesto a aceptar los términos medios que solo acaban con la paz mental. - ¿Ya no quieres promesas? - pregunté. - No confío en él, porque la historia se ha repetido muchas veces y me cansé, de esconderme y de no ser su prioridad. Pude apreciar que era un hombre seguro de sí mismo y esa determinación generó en mi sentimientos encontrados. Por una parte, su valentía para mostrar su integridad me admiró, pero la otra parte, sensible y romántica, se alzaba en defensa del amor. - ¿Estarías dispuesto a perder todo lo que han construido juntos por el miedo al rechazo de tu familia? - pregunté con
Abrí los ojos, estirándome en la inmensa cama matrimonial y vi hacia mi lado el cuerpo familiar y deseado de mi chico. Fue una noche intensa, de promesas, besos y caricias compartidas. Era su día de descanso y se veía tan hermoso dormido que, con un movimiento delicado y casi imperceptible, dejé un beso en su mejilla derecha. Me levanté y tomé una larga ducha. Debía trabajar y necesitaba estar relajada para recibir a mis pacientes. Puntual atravesé el umbral de mi consultorio donde ya se encontraba Isabel, mi competente asistente. - Buenos días - dije con una sonrisa en los labios. - Buenos días - respondió con un tono malicioso - ya me estoy acostumbrando a verla feliz todas las mañanas - y con un tono más profesional agregó - la están esperando en su oficina. Mientras me dirigía al local programado para las consultas escuchaba el sonido característico de mis zapatos. Eran cómodos, pero altísimos, por lo que era Inevitable el taconeo que a mi chico le encantaba, llamándolo el sí
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