Abrí los ojos, estirándome en la inmensa cama matrimonial y vi hacia mi lado el cuerpo familiar y deseado de mi chico. Fue una noche intensa, de promesas, besos y caricias compartidas. Era su día de descanso y se veía tan hermoso dormido que, con un movimiento delicado y casi imperceptible, dejé un beso en su mejilla derecha. Me levanté y tomé una larga ducha. Debía trabajar y necesitaba estar relajada para recibir a mis pacientes.
Puntual atravesé el umbral de mi consultorio donde ya se encontraba Isabel, mi competente asistente.
- Buenos días - dije con una sonrisa en los labios.
- Buenos días - respondió con un tono malicioso - ya me estoy acostumbrando a verla feliz todas las mañanas - y con un tono más profesional agregó - la están esperando en su oficina.
Mientras me dirigía al local programado para las consultas escuchaba el sonido característico de mis zapatos. Eran cómodos, pero altísimos, por lo que era Inevitable el taconeo que a mi chico le encantaba, llamándolo el sí